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¿Por qué se infantiliza el mercado?

No es la primera vez que desde este blog nos ocupamos del tema: en las últimas décadas, el modelo imperante como referente del mercado ha ido bajando su edad de manera progresiva. Si observamos las películas de mediados del siglo XX, el galán era cuarentón y la mujer-objeto-de-deseo frecuentemente superaba los treinta. Poco a poco (Grease podría quizá reflejar la inflexión), actores en efecto de más edad interpretaban papeles de personajes mucho más jóvenes, que comenzaban a ser los modelos a través de los cuales se imponían las modas. Hoy día esos modelos son los adolescentes: observa el corte de pelo del Cholo Simeone y la forma de vestir de tantos hombres que no volverán a cumplir cuarenta: ya no son ellos los imitados; ahora son los imitadores. Seguro que ves todos los días a adultos con los pantalones caídos, mostrando los calzoncillos.

¿Por qué sucede esto?

La razón es profunda: la adolescencia es la etapa de la vida donde los seres humanos experimentamos una mayor necesidad de identificarnos, de definirnos, de decirnos a nosotros mismos quiénes somos. Por supuesto que en realidad esto es una tontería: una vez que por fin nos etiquetamos, nuestro trabajo, a no ser que prefiramos ser toda la vida esclavos, será liberarnos de cualquier etiqueta que nosotros u otros nos hayamos puesto.

En ese proceso compulsivo de definirse propio de la adolescencia encontramos que, por ejemplo, la pertenencia a un grupo llega a convertirse en lo más importante de la vida. Se deja de lado incluso a la familia, y se asumen conductas a veces muy peligrosas (las ‘malas’ de Sudamérica) -el consumo de drogas, la violencia gratuita, etc.- para ser aceptado, para optar al certificado de pertenecer a un grupo, para llenar ese sentimiento de necesidad de identificarse.

Jamás somos tan frágiles como cuando somos adolescentes. Y esa fragilidad es la oportunidad perfecta para generar continuas necesidades de consumo. El niño lo pide todo; el adolescente lo exige. Exige lo que pueda ayudarle a etiquetarse, a creer ser de una manera determinada, que calme el vacío de no saber quién es realmente.
Es así como el consumo ha devenido un sustituto eficaz de la religión que, en su tiempo, cumplía con este propósito.

Hablamos de infantilización porque del término ‘infantil’ es fácil derivar lo que queremos expresar. De la palabra ‘adolescente’ deberíamos crear un neologismo: ‘adolescenciación’ suena terrible.

Por otro lado, la adolescencia se ha prolongado en las últimas décadas. Antes iba aproximadamente de los trece a los dieciocho. Ahora se ha adelantado a los diez y se prolonga a veces hasta cerca de los treinta, primero por el retraso voluntario de la emancipación, y después por esto mismo, pero impuesto por la crisis económica, el nuevo modelo de gobernar de los últimos años.

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